Wednesday 18 March 2020

Día 3: Como los hombres del mito de la caverna.


Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
- Ya lo veo-dijo.
- Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
- ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!
- Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?



    Este extracto del mito de la caverna de nuestro estudiadísimo Platón, podría representar - salvando las distancias lingüísticamente hablando - una conversación en cualquiera de los hogares de la mayor parte del mundo...sólo que los protagonistas no son Sócrates y su hermano, Glaucon, si no cada uno de nosotros/as con algún componente de su familia, algún/a compañero/a de piso, novio, novia, etc.
    Una caverna que, en nuestro caso, sería cada una de nuestras casas y un mundo exterior que es la ciudad...una realidad que hasta hace bien poco era cercana a nosotros/as pero ahora, al igual que en el mencionado mito -  se muestra lejana, quieta, impasible al paso del tiempo y dispuesta a ser redescubierta cuando todo esto pase y nuestro compañero decida devolvernos nuestras vidas normales.
   
    Hoy, me he sentido como uno de los hombres del relato de Sócrates al vivir mi primer "paseo largo" del confinamiento y descubrir lo que yo creía ya "requetedescubierto" - otra de las ventajas de esta experiencia -.

Y es que, tras la noticia  del positivo de mi madre - y la posibilidad de que mi padre esté ya infectado también por ser el que más tiempo comparte con ella físicamente - hemos decidido que mi hermano y yo seremos los homólogos a los hombres del mito de la caverna, siendo los únicos dos integrantes de la casa que vamos a salir a comprar, sacar al perro, y hacer algún que otro recado necesario, en definitiva seremos la única conexión con el "mundo real"...por el momento y , hoy, comenzaba nuestra recién estrenada responsabilidad, por la puerta grande, pues había que ir a la farmacia, comprar fruta y recoger las bajas de mi padre y mi madre, recados que se convertían en todo un evento para mi porque, después de unos cuantos días...¡¡¡¡iba a ir más allá del parque donde saco al perro!!!! - con que poco nos ha hecho conformarnos nuestro compi...-.

   
Tras completar la mayor parte de las tareas del día que me impone el teletrabajo y comer, esta vez por tandas para evitar lo máximo posible el contacto entre mi padre, mi madre y nosotros - otro de los grandes trastoques del virus, ya que siempre compartimos el momento de la comida para contarnos qué tal el día o debatir sobre temas dispares - me dispuse a hacer mi salida particular de "la caverna", provisto de la última temporada en accesorios y complementos "Corona": mascarilla y guantes.
    Primera parada: el ambulatorio, para recoger la baja de mi padre y mi madre de los próximos días...por el trayecto tres o cuatro personas sueltas y un ambiente raro...muy raro, no sé si soy yo - probablemente psicológicamente sugestionado por la situación -, la falta de gente por la calle o realmente es así, pero cada vez que salgo hay otro ambiente - no se muy bien como definirlo - pero distinto al que había antes de que nuestro compañero estuviese entre nosotros/as. 
    Al llegar al ambulatorio la situación se tornaba más surrealista aún, como si de un hospital de campaña se tratase en medio de una guerra, nada más pasar el dintel de la puerta del ambulatorio te esperan dos enfermeros para indicarte, antes que nada, donde debes situarte para evitar contactos y, si no llevas guantes, darte alcohol, para luego pasar a atender tus necesidades.
   

Seguramente mis ganas de hablar con alguien cara a cara que no fuese mi familia, me ha llevado a preguntar "¿Qué tal va la cosa?" a los enfermeros que allí estaban y ellos me devolvían un - entre tímido y asustado - "Bueno...", me dieron los papeles de la baja y adiós - pues vaya... - pensé - mi primera oportunidad de socializar, al traste...-, así que con esta idea en la cabeza y la preocupación por las caras de miedo de los enfermeros, me dispuse a recorrer el camino hacia la farmacia para recoger algunos medicamentos que necesitábamos y, dando un poco de rodeo para disfrutar de la caminata pude redescubrir un Torrejón - localidad madrileña donde vivo - como muy pocas veces lo había visto - quizá un 20 de Agosto a las 15 de la tarde o un día muy frío de invierno donde la gente no se atreve a salir por las inclemencias del tiempo - pero no, esta vez estaba nublado pero hacía una temperatura bastante agradable como para estar en casa...la causa era mayor que la meteorología (os he dejado fotos del panorama por toda la entrada).
   
    Sorprendiéndome con cada rincón vacío, llegué a la farmacia en cuya puerta colgaba un cartel:

"No hay termómetros ni mascarillas"

   
 Cartel que podría replicarse para la mayor parte de las farmacias españolas, desde hace unas semanas, ya que suponen unos de los métodos más infalibles para combatir o detectar al compañero. 
   
    Entré dentro y a un metro del mostador una cinta adhesiva en el suelo marcaba la línea donde los clientes debíamos colocarnos antes de ser atendidos, esperé unos minutos a que fuese atendido y, esta vez, una encantadora farmacéutica me relató la realidad de la farmacia con la plantilla reducida, material y medicamentos que no llegan y el miedo a contagiarse y tener que cerrar el establecimiento por falta de personal, ya que una de sus compañeras ya había recibido la "visita" de nuestro compañero.
    
    Una vez las medicinas en mi mano y con una gran satisfacción por haber mantenido la primera conversación en días presencialmente con alguien que no fuese mi familia, me dirigí - con cierta sensación de culpabilidad, he de decir por el largo "paseo" dado - me dispuse a volver a mi caverna con la esperanza de, algún día (más pronto que tarde, por favor...) poder repetir aquello pues contribuyó de forma muy positiva a acabar el día muy bien.
    
Eso y la primera videollamada con una amiga donde repasamos los últimos acontecimientos han hecho del día de hoy uno de los mejores, por ahora, del confinamiento...y es que sí, al igual que todo el mundo, cada uno de nosotros/as también estamos improvisando en cómo llevar de mejor manera el día a día de esta nueva experiencia sin precedentes. 

    Quizá, como los hombres de la caverna, necesitemos, de vez en cuando, reconectar con ese mundo que, aunque ahora lejano, forma parte de nuestra vida y nos pertenece, aunque, de forma temporal, nuestro compañero nos lo haya arrebatado.